Tranquilidad
Se sentó con dificultad en esa vieja mecedora que se quejó un poco crujiendo y dando un sentimiento de afloje. Ella sin embargo no le prestó atención al crujido y observó donde apoya los brazos y se dio cuenta de que aquella mecedora era igual o más vieja que ella. Rió ante el pensamiento de que seguía armada y sólo hacía un disimulado rechinido al soportar un poco de peso.
—“Ojalá así fuera el cuerpo” —pensó la mujer de tercera edad mientras agarraba su estambre y buscaba la aguja para comenzar a tejer un pequeño suéter para su nietecito que estaba a punto de nacer.
Se mecía un poco, sólo así se le quitaba el dolor de espalda y las piernas se relajaban con el vaivén de la silla; así la mujer se recostó un poco en la silla y comenzó a tejer. Tarareaba una vieja canción, de cuando ella era joven y las piernas podían correr varios kilómetros.
La mujer comenzó a quedarse dormida, ya casi acababa el suéter, sólo faltaba hacerle unos dobleces y estaría finalizado y listo para que lo usara el angelito que estaba por llegar a casa.
Comenzó a perderse en sus recuerdos, una vida llena de amor, solidaridad, honestidad y humildad. Una vida que le había hecho cometer errores, pero a pesar de todo, logró superarse y salir adelante.
Se dio cuenta de que había tenido una vida grata y digna, no podía pedir más. Estaba feliz.
Pronto dejó el estambre y la aguja cayó al suelo en un sonido sordo. Se acomodó en la silla y recostó la cabeza, cerró sus ojos y volvió a tararear aquella melodía que le hacía dar vuelcos el corazón.
Tenía la certeza de que se iba, se iba al tan aclamado paraíso; donde no sufriría de ningún dolor… ningún agonizante dolor de rodillas y de espalda. Sonrió ante tal pensamiento, aún sin abrir los ojos.
Ya había imaginado el paraíso, había hecho de él su mejor utopía y estaba dispuesta a dejarse llevar. Sabía que se iba a ir.
Aún así, el remordimiento de dejar a su hija y a su nietecito sin los cariños de una abuela le atormentó y comenzaron a destruir su fantasía. Pero se dio cuenta de que ella sabría cómo lidiar con las cosas, sería una buena madre.
Reposando en su regazo estaba la prenda que había tejido con mucho amor. El último regalo. Su último respiro no lo desperdició y se dio cuenta de que se iba tranquila… porque otra vida estaba por nacer.
FIN
Escrito para la carta de Trizteza, reto Tranquilidad. RI
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