El frío te cala hasta los huesos y la lluvia torrencial azota contra tu cuerpo en aquél campo desierto inundado, no sabes si lo está por aquella lluvia o por las lágrimas que caen fuertemente de tus mejillas y aportan más agua.
Dolida caminas sin rumbo, pero por sobre todo: hacia adelante.
Sin mirar atrás.
Y sabes que esas lágrimas sólo son lágrimas estúpidas, que son normales, que no te afectan, que no miras atrás y no te arrepientes, que todo lo que hiciste fue para bien, que todo lo que creíste era lo mejor. Que aunque lleves el corazón desgarrado entre las manos pronto lo verás sanar, y es entonces cuando levantas el rostro y te secas las lágrimas, sedas tu corazón y no tienes rencor.